Cuando hablamos de ascensores solemos tender a pensar que son aparatos modernos, pero lo cierto es que el concepto de los elevadores se remonta a las primeras civilizaciones, que permitían subir y bajar objetos y personas. Lógicamente, el mecanismo de estos ascensores primitivos era muy diferente al que utilizan los que conocemos hoy en día, pero, en esencia, estamos hablando de la misma funcionalidad.
Aunque no hay una evidencia clara de cuándo se utilizaban los primeros ascensores, sí existen ciertas referencias históricas que cuentan que el emperador romano Tito construyó un elevador en el Coliseo para que los gladiadores y las fieras que se soltaban accedieran a la arena con mayor facilidad, allá por el año 80 d.C.
El funcionamiento de este tipo de elevador se basaba en un sistema de cuerdas y poleas, siguiendo un sistema de tracción sobre la base de la grúa. Así pues, se fue evolucionando hasta alcanzar tecnologías más sofisticadas que mejoraban la calidad tanto a nivel de velocidad como de comodidad.
El mecanismo de los ascensores más revolucionarios
Desde la antigüedad, la mayor evolución que condujo a la creación de los ascensores fue la de el sistema basado en la transmisión de tornillo. Pero no fue hasta el Siglo XIX cuando dos arquitectos británicos, Bruto y Hormer, construyeron un elevador en Londres, que subía y bajaba gracias a un sistema de vapor, pudiendo transportar a turistas hasta una altura considerable, lo cual suponía una gran revolución.
Desgraciadamente, la inseguridad era un problema real para este tipo de aparatos hasta que, en 1852, Elisha Otis inventara el ascensor que conocemos hoy en día. Otis desarrolló un ascensor con un sistema realmente novedoso de seguridad, una especie de freno que, en caso de romperse los cables, sacaba un pequeño marco de madera, golpeando las paredes del hueco y deteniendo así el elevador.